“Decia mi madre (y viviría para experimentarlo
en carne propia) que la memoria es un don elusivo, a menudo infernal”-Silvia
Molloy – El común olvido
Estamos
frente al espejo de su habitación. Peino su pelo recién lavado. Finas hebras
blancas que se desprenden fácilmente, junto al peine. Me pide que se lo acomode
sobre la frente, allí donde es más ralo.
Formo rulos. Le gustan, se gusta, sonríe satisfecha diciendo “gracias
Amalia”.
Soy
Silvina, su hija, no Amalia. Me confunde con su amiga de la adolescencia. En
estos momentos cree tener quince años y que ambas están por salir a pasear.
Muestra
sus manos y hace señas para que se las pinte. Esta situación de ser quien no
es, le ha regalado hábitos ajenos a los de siempre; “la coquetería”.
Así
como hoy para ella fui Amalia, otro día puedo ser Raquel, su hermana o también
su mamá, sobre todo cuando la cobijo y me quedo a su lado para que pueda
dormirse. Sólo algunas veces me nombra y cuando me nombra, cuando la palabra
hija sale de su boca tiernamente y se territorializa en mí, recupero el lugar
que me corresponde en su vida.
Esta
mañana contó que tiene un novio apuesto y joven. Si está en su cabeza, en su
piel o en sus sueños, sin dudas ese hombre existe. Se siente enamorada y me
parece que ese novio, al que hace referencia, no es otro que el médico que la
visita dos veces a la semana.
El
amor fue exiguo en su vida y ahora se le aparece y la ilusiona. Le brillan los
ojos. Pide un vestido nuevo y un collar de perlas moradas y extenso. A cada
rato quiere saber cuánto falta para las cinco de la tarde.
Me
voy y la dejo sentada en su silla reposera esperando. Saluda alegre y
vivaz mirando extrañada cuando le digo
“hasta mañana mamá”, porque quizás en ese pequeño instante de su nuevo mundo,
soy Amalia otra vez, o Raquel o simplemente Nina, la peluquera que la atendía
en su barrio.
Esta
enfermedad no duele en ella, la transformó en una mujer sonriente y
fresca. Ya no la acosan por la noche la
muerte de sus muertos, tampoco los fracasos.
No
es mamá quien está allí sentada en estos momentos esperando el amor. Mi madre
hace tiempo que se fue y vino esta mujer anciana que desconozco pero que me
gusta; menos trabajosa, más liviana, sin el peso de la perfección que tanto
mortifica.
Hoy
es día de visita. Me acoplo a este tiempo desnuda todo recuerdo al igual que
ella. Miro el reloj, no hace falta apurarme tanto. No sabe que el tiempo
existe.
Graciela Mitre
gmitre53@hotmail.com