CAPITAL FEDERAL, Febrero 05.-(Por Mario Wainfeld) Dos cifras centrales en el discurso de Cristina. El aumento a los jubilados frente a debates pasados y presentes. Un repaso sobre el “modelo” y sobre el supuesto “ajuste”. Moyano y la Rosada, el clásico del verano. Las paritarias, la lluvia, la política fiscal y otras aventuras del verano.
En el discurso presidencial del miércoles hubo profusión de cifras, como es habitual. Dos resaltaron en la cima del conjunto: el porcentaje de aumento semestral a los jubilados y el consabido “54 por ciento” de los votos. Son puntos firmes del Gobierno, difíciles de rebatir. La movilidad jubilatoria plasma una propuesta del oficialismo, implementada con “su” coeficiente sobre el que la oposición hizo predicciones apocalípticas, desmentidas en cada semestre ulterior. En ese caso, su aplicación lleva al bolsillo de los beneficiarios un incremento que superará al de la mayoría de los trabajadores activos y a la inflación medida con los índices más serios o más imaginativos.
Otro guarismo irrefutable es el que cuantifica la legitimidad de origen de Cristina Fernández de Kirchner desde 2011, que es también legitimidad de ejercicio porque el soberano la revalidó tras ocho largos años de gestiones K.
La suba a millones de jubilados trasluce que describir al 2012 como el año del ajuste es uno de los tantos simplismos de los ultra anti K. La dirigencia política opositora es una parte raída de ese colectivo: sigue ensimismada y grogui después del veredicto popular. La vanguardia mediática, en cambio, mantiene sin variantes la estrategia que tan magros resultados le dio desde 2008: estar de punta contra todo lo que diga o haga el oficialismo. Y lo que es peor, para sus propios intereses y para enriquecer el debate público. Se empecina en leer en blanco y negro una coyuntura multicolor, compleja y hasta contradictoria. Pero jamás binaria ni monótona.
Claro que hay cambios en la política económica. Habría que aclarar: siempre los hubo. El “modelo” kirchnerista (el cronista porfía en ponerle comillas para significar su relatividad y mutabilidad) se va adecuando a cambios de escenario, se reacomoda en función de lo que se perciben como errores, insuficiencias o cuellos de botella. En ocho años, que serán doce, el contexto doméstico y el internacional basculan permanentemente, mantener intocados los instrumentos sería una necedad. Se cambia, pues, de modo permanente. Puede (debe) debatirse si no son necesarias políticas de más largo plazo. Puede (debe) discutirse la pertinencia o el timing de las readecuaciones. Soslayar su recurrencia es una falla de percepción.
La retórica oficial no lo confesará, pero se están revisando criterios que se juzgaban eficaces. Tenían contrapartidas, la suma algebraica (en el imaginario K) daba positivo. Así ocurre con los subsidios a los usuarios de servicios públicos o con la permisividad dispensada a los precios de los combustibles. En aras de incentivar el crecimiento, de reactivar el aparato productivo, de generar empleo, se convalidaban costos que ahora, en otro estadio, son contraproducentes.
La poda de los subsidios, claman los agoreros desde diciembre, será feroz: en marzo tronará el escarmiento para los bolsillos de millones de argentinos, en especial de los más pobres. Eso es un ajuste convencional, al menos en la Argentina. De momento, las cosas no transcurren así. El cronista no quiere dar por seguro nada no ocurrido: habrá que ver. Por ahora, los avances sobre los usuarios son cautos y escalonados, tal como anunció este diario. El resultado, por ende, tampoco es espectacular. Se modera el gasto o, acaso, sólo su curva de aumento. Tal vez ese sea el objetivo, tal vez (kirchnerismo químicamente puro) se sigan las enseñanzas del economista Antonio Machado de “hacer camino al andar”, tomando mucha cuenta de las reacciones colectivas y de la opinión pública.
Un objetivo confluyente en todas las medidas es acentuar el control impositivo, en especial sobre los más poderosos. La búsqueda de renuncias a los subsidios se hace bajo apercibimiento de revisar las credenciales fiscales de los que reclamen seguir recibiéndolas. Mejorar la tarea de la AFIP, detectar contribuyentes evasores o escondedores son acciones que persiguen mantener la caja recargando a los que más pueden. Mucho queda por hacerse respecto de la evasión y la elusión, válido es que se procure.
La emisión vertiginosa de tarjetas SUBE trasluce flaquezas comunicativas del Gobierno y una urgencia endémica que desluce parte de sus movidas. Su núcleo, todo modo, es adecuado y también conlleva un avance en el control de los recursos de las empresas. Dicho sea al pasar, que se puedan emitir millones de abonos personalizados en pocos días, así como los progresos en la tramitación de los DNI y los pasaportes, atestiguan cuánto han mejorado las prestaciones estatales. Lo que, para ser francos y consistentes con el rumbo de esta nota, no quiere decir que todo sea blanco refulgente, pero sí que se está a años luz de un Estado incapaz para hacer un censo (hace poco más de diez años) o un buen padrón de contribuyentes (hace menos de nueve).
Dos paradigmas hay en escena frente a la complejidad del escenario económico. El jefe de Gobierno Mauricio Macri, ante el brete de qué hacer con el pasaje de subte, eleva su precio exponencialmente y (dice que) después verá si arbitra excepciones. El kirchnerismo trajina un camino diferente, bien escarpado y dialéctico, siempre atento a las respuestas ciudadanas.
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Tres partes, tres: Las convenciones colectivas son otro progreso del kirchnerismo que entra en una etapa diferente. ¿Lo será en términos polares? No digamos que “no”, digamos que no da la impresión.
La Presidenta anticipó que no tendrán piso ni techo, aunque sinceró que el Gobierno siempre tiró sobre la mesa una pauta indicativa, que jamás se aprobó a libro cerrado. Centenares de actores, que expresan un abanico (per