Emanuel Garay de 19 años de edad, agonizó durante seis días tras su primer entrenamiento como cadete de la Policía de La Rioja. Según reveló la autopsia, entró en coma luego de sufrir una deshidratación aguda, que derivó en una insuficiencia renal y una falla multiorgánica, y que lo condujo a la muerte en febrero de este año.
Desde entonces, su familia exige justicia. Asegura que los responsables de la muerte de Emanuel ya están identificados, que las pruebas son suficientes y que es necesario llevar a los culpables a juicio.
Cuatro meses después, una denuncia del padre de un joven juninense que asistía a la Escuela de Policía descentralizada ‘Juan Vucetich’, en el partido bonaerense de Ramallo, vuelve a poner el foco en las condiciones de entrenamiento de los futuros policías, según publicó el Semanario de Junín.
En su cuenta de Facebook, Carlos Vega relató los padecimientos sufridos, haciendo hincapié en la ambición de su hijo por dedicarse a lo que “tanta pasión le genera, pero que se sintió coartado por la institución”.
“Hace 3 años nos decía que había nacido para ser policía. Que él sentía ser útil en la sociedad desde ese lugar. Todos intentamos desmotivarlo, mostrándole el peligro o la no conveniencia, pero él insistió. Nos mostraba constantemente las virtudes de tal digna profesión (…). Estaba obnubilado, impactado de que iba a ser parte de ello...”, escribió Carlos.
En el relato, enumera cada sacrificio que hizo su hijo para alcanzar su meta y las formas y medidas que fue tomando para adaptarse a los viajes que tenía que realizar para cada encuentro.
“Se decepcionó un poco cuando sacaron la escuela de Rafael Obligado”, aseguró Carlos, aunque aclaró que no fue un limitante a su anhelo de ser policía. Y fue por más: su hijo empezó a contactar a todos aquellos que habían quedado seleccionados como él, de Junín y la zona, para habilitar una traffic que los llevara a la Escuela de Policía Juan Vucetich de Ramallo.
Según Vega, todo marchaba bien hasta que su hijo logró ingresar a la mencionada escuela. “Venía todos los viernes –cuenta-, frustrado de cómo los policías tratan a los futuros policías. Fue objeto de todo tipo de arbitrariedades y de violencia en todos los sentidos, y todos sus compañeros, tanto mujeres como varones. El edificio es inhabitable, todo roto, sin cielorrasos, sin calefacción. Cuando volvía no comía, tragaba del hambre que allí pasaban. Todo marcado de las patadas en la espalda que le producían en la institución (…). Los sacaban en boxer a la madrugada para disciplinarlos en plena helada, según ellos, para forjar un espíritu fuerte”.
Esta idea de maltratar para hacer fuerte a alguien está naturalizada, el problema es cuando éste tipo de prácticas son padecidas por personas que después van a tomar un rol de mando en la sociedad. Son estas mismas personas que se “forman” con esos abusos, a quienes después les dan el manejo de las calles. ¿Qué clase de seguridad queremos para todos nosotros? ¿Una seguridad que tenga como fin la protección de todos los ciudadanos o que sólo exista mano dura porque sólo así se terminan los conflictos sociales?
Si la violencia genera más violencia ¿no sería mejor que la fuerza de seguridad empiece a tener otro tipo de enseñanza, priorizando la salud y estado físico de cada cadete, como así también contenido relacionado a derechos humanos?
Es importante que los gobernantes empiecen a observar y replantearse las irregularidades de la institución, de lo contrario, no nos queda otra cosa que esperar represión para adoctrinar.
“Es preferible practicar cualquier profesión con dignidad y valores que ser alguien que usa su profesión con vanidad. Hipócritas frustrados que tratan a la sociedad como los trataron a ellos”, concluyó Carlos Vega, en apoyo a su hijo y al resto de sus compañeros que se agotaron de tanto abuso.