El panorama de peleas y divisiones entre los sectores de oposición después de las primarias

Lo que queda del día

CAPITAL FEDERAL, Septiembre 18.-(Por Mario Wainfeld) La agenda opositora, una denuncia tras otra. El juego de la silla, todos contra todos. Y las internas, todos contra los propios. La diáspora Cívica, dos guerras civiles en el espacio de Alfonsín y De Narváez, las deserciones entre federales. Una suerte de tragedia con dioses severos que exigen mucho y humanos demasiado apremiados.

 

Denuncias mediáticas pusieron en la mira al juez Eugenio Raúl Zaffaroni. Legisladores opositores se abalanzaron sobre él, en pos de protagonismo hicieron del tópico eje de su repertorio electoral. La opinión pública no se plegó a la Cruzada, surgieron numerosas y calificadas voces enalteciendo a Zaffaroni. Diarios y formadores de opinión que habían atizado el caso se hartaron de él, “la oposición” lo bajó de cartelera.

 

Las acusaciones contra Sergio Schoklender eran previas a las Primarias Obligatorias, Simultáneas y Obligatorias (PASO). Se duplicaron después. Las acusaciones a Zaffaroni, sumadas a alucinaciones sobre posible juicio político, procuraban pegarle de carambola al oficialismo. Los embates contra Schoklender iban por una redoblona: la Casa Rosada, las Madres de Plaza de Mayo. Schoklender “era” Cristina Fernández de Kirchner y Hebe de Bonafini, aunque ésta lo acusara y denunciara.

 

De pronto, el hombre mutó, de un aliado “del Gobierno” a un fiscal de la República. Está siendo investigado en Tribunales, su abogado renunció a patrocinarlo, se mandó solo. Para disipar cargos en su contra, acusa y presiona. Es un arte común de cualquier sospechoso, merece poco crédito, de movida. En el Honorable Congreso lo reciben como si fuera un fiscal o un juez del Mani Pulite. El diputado Eduardo Amadeo y la ex ministra Graciela Ocaña lo parangonan con un “arrepentido”. No son abogados pero algo deberían estudiar: la legislación no habilita la figura en este caso, es un posible procesado que prende el ventilador para desconcertar y presionar. Sería decepcionante que los poderes del Estado le prodigaran impunidad o alguna tutela a cambio de carne podrida.

 

Los medios y un par de columnistas (en La Nación primero, en Clarín ayer) revierten su propio discurso de semanas: Schoklender, vaya primicia, dista de ser un emisor confiable. Los diputados departieron durante horas con él, desgrabaron una sesión olvidable, se la remitieron al juez federal Norberto Oyarbide. Si Schoklender declaró algo que pudiera perjudicarlo, el acto es inválido pues contradice las garantías del juicio penal. Si alegó algo contra otros, poco agrega.

 

La mayoría de la dirigencia opositora fatiga esa agenda espamódica, renuncia tácitamente a formular propuestas políticas o económicas. Sus intervenciones periodísticas consagran el mayor tiempo o centimil a las cuitas intestinas, a pronosticar resultados voluntaristas en octubre, a fulminar adversarios que ha poco fueron compañeros de ruta.

 

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Serruchar el piso: Las PASO arrojaron un saldo desolador para casi todo el espectro de la oposición. La tarea de remontar era ardua, sonaba difícil empeorar el panorama. Toda valoración de campaña recién debe cerrarse con el veredicto de las urnas. Aun con esta salvedad, cunde una percepción ecuménica: la mayoría de la dirigencia opositora parece obstinada en agravar su situación, de por sí preocupante.

 

La arrasadora victoria de la presidenta Cristina Fernández de Kirchner forzosamente debía desatar una competencia interna entre sus rivales, una puja por restarse votos, por mejorar posiciones relativas. En un alocado juego de la silla es difícil mantener la compostura, mucho más la falaz retórica “dialoguista” de la que se valió el Grupo A hace dos o tres años. La disputa por el electorado común induce a resaltar las diferencias.

 

Dos subgrupos se bosquejan y atizan rencillas entre semejantes. Los peronismos federales, por una parte. El radicalismo y el Frente Amplio Progresista (FAP), por el otro. La vida te da sorpresas, que devienen lecciones: rehusaron dirimir supremacías en las PASO, terminan confrontando en octubre, a cielo abierto.

 

Los que corren de atrás, los gobernadores Hermes Binner y Alberto Rodríguez Saá, están más calmos que el diputado Ricardo Alfonsín o el ex presidente Eduardo Duhalde. A diferencia de estos, no se hacían grandes ilusiones en la primera vuelta. Ahora tienen más perspectivas de mejorar que de caer. El santafesino elude confrontar o perder estilo, el puntano es más front

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