CAPITAL FEDERAL, Septiembre 18.-(Por Mario Wainfeld) La agenda opositora, una denuncia tras otra. El juego de la silla, todos contra todos. Y las internas, todos contra los propios. La diáspora Cívica, dos guerras civiles en el espacio de Alfonsín y De Narváez, las deserciones entre federales. Una suerte de tragedia con dioses severos que exigen mucho y humanos demasiado apremiados.
Denuncias mediáticas pusieron en la mira al juez Eugenio Raúl Zaffaroni. Legisladores opositores se abalanzaron sobre él, en pos de protagonismo hicieron del tópico eje de su repertorio electoral. La opinión pública no se plegó a
Las acusaciones contra Sergio Schoklender eran previas a las Primarias Obligatorias, Simultáneas y Obligatorias (PASO). Se duplicaron después. Las acusaciones a Zaffaroni, sumadas a alucinaciones sobre posible juicio político, procuraban pegarle de carambola al oficialismo. Los embates contra Schoklender iban por una redoblona:
De pronto, el hombre mutó, de un aliado “del Gobierno” a un fiscal de
Los medios y un par de columnistas (en
La mayoría de la dirigencia opositora fatiga esa agenda espamódica, renuncia tácitamente a formular propuestas políticas o económicas. Sus intervenciones periodísticas consagran el mayor tiempo o centimil a las cuitas intestinas, a pronosticar resultados voluntaristas en octubre, a fulminar adversarios que ha poco fueron compañeros de ruta.
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Serruchar el piso: Las PASO arrojaron un saldo desolador para casi todo el espectro de la oposición. La tarea de remontar era ardua, sonaba difícil empeorar el panorama. Toda valoración de campaña recién debe cerrarse con el veredicto de las urnas. Aun con esta salvedad, cunde una percepción ecuménica: la mayoría de la dirigencia opositora parece obstinada en agravar su situación, de por sí preocupante.
La arrasadora victoria de la presidenta Cristina Fernández de Kirchner forzosamente debía desatar una competencia interna entre sus rivales, una puja por restarse votos, por mejorar posiciones relativas. En un alocado juego de la silla es difícil mantener la compostura, mucho más la falaz retórica “dialoguista” de la que se valió el Grupo A hace dos o tres años. La disputa por el electorado común induce a resaltar las diferencias.
Dos subgrupos se bosquejan y atizan rencillas entre semejantes. Los peronismos federales, por una parte. El radicalismo y el Frente Amplio Progresista (FAP), por el otro. La vida te da sorpresas, que devienen lecciones: rehusaron dirimir supremacías en las PASO, terminan confrontando en octubre, a cielo abierto.
Los que corren de atrás, los gobernadores Hermes Binner y Alberto Rodríguez Saá, están más calmos que el diputado Ricardo Alfonsín o el ex presidente Eduardo Duhalde. A diferencia de estos, no se hacían grandes ilusiones en la primera vuelta. Ahora tienen más perspectivas de mejorar que de caer. El santafesino elude confrontar o perder estilo, el puntano es más front