CAPITAL FEDERAL, Diciembre 04.-(Por Mario Wainfeld) Leyes notables, que ahora no son conflictivas. La evolución del sistema político. La muerte digna y una ciudadana que lucha. El dorreguismo, una disputa histórica. Los dueños del saber, los otros y los divulgadores en la escena democrática. Y un homenaje subjetivo a quien supo hacer pensar.
“Uno siempre escribe desde algún lugar, desde alguna circunstancia social y contra alguna interpretación de ese lugar. Salvo para los que creen equivocadamente, aunque hoy no sean pocos, que el conocimiento de lo social puede ser una ciencia aséptica uno siempre está, conscientemente o no (y mejor que lo esté conscientemente) en algún debate, en alguna lucha de ideas. Esta es al menos mi experiencia personal y, que yo sepa, la mejor de las ciencias sociales y la historia latinoamericana.”
Guillermo O’Donnell, discurso publicado en Disonancias
Para cerrar el período parlamentario constructivamente y sin estrépito, los diputados nacionales de todos los bloques consensuaron una “agenda no conflictiva”. Abarcaba, entre otros, proyectos de ley que hace diez años o veinte no hubieran llegado al recinto. O que, de llegar, no hubieran conseguido tratamiento favorable: muerte digna, fertilización asistida, identidad de género. La no conflictividad no implica unanimidad ni les resta complejidad a los temas abordados. Pero sí alude al avance de la calidad institucional y del debate democrático. Aspectos de la vida social abominados por la derecha (digámosle así, cortito pero no falso) ganan terreno en la consideración ciudadana.
La batalla por ampliar los márgenes de la democracia es cotidiana y siempre insatisfactoria. De cualquier modo, mociona este cronista, hay que sentarse unos segundos a ver la película para diagnosticar qué democracia tenemos, hoy y aquí. Su moción es que 28 años de ejercicio imperfecto pero inéditamente continuo han echado raíces sólidas, como jamás tuvimos. Los debates son mejores, la mundaneidad y el pluralismo avanzan. Por primera vez en la historia hay un senador casado con una persona del mismo sexo, el fueguino Osvaldo Ramón López. El “detalle” describe los cambios en la legislación de fondo, en la tolerancia colectiva, en la puja (se ratifica: siempre inconclusa) contra la discriminación y las barreras invisibles.
No está de moda decirlo, por eso se subraya.
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La historia de Selva: Selva Herbón estuvo en las galerías cuando se dio “media sanción” al proyecto sobre muerte digna. Es docente, madre de Camila, una nena nacida en abril de 2009 con muerte cerebral. Consultó médicos, comités de bioética, se informó. El estado de Camila es irreversible, coincidieron todos. No ve, no oye, no siente, nunca lo hará. “La prueba de que un chico vive es que sonría”, comentó Selva a este cronista en un reportaje radial. Camila jamás lo hará. Selva quiere interrumpir la prolongación artificial de esa existencia. Los médicos fueron precisos: “Tu pedido es justo, pero no legal”. La madre se convirtió en una militante de esa causa, profundizó sus estudios, habla sobre el tema con una versación notable que recorre conceptos médicos y legales muy refinados, los mecha con su calvario personal.
Herbón añade que los diputados y los asesores que dialogaron con ella fueron atentos, diligentes y son tan estudiosos como capacitados. La calificada vivencia contradice un “sentido común” extendido, muy socorrido en gremios venerables como el ala derecha de los taxistas y los periodistas. El cronista, que fatiga el espinel del Congreso desde hace años, pondera que entre más de 300 legisladores hay de todo. Pero, otra vez, la acumulación de saber, de proyectos, la televisación de las sesiones (a un nivel incomparable con cualquier otra etapa) reformatea a senadores y diputados. Les exige mayores competencias para transmitir y divulgar. Cualquiera puede aducir que todo tiempo pasado fue mejor. Pero, como quien habla del fútbol de los años ’50 o ’60, no tendrá pruebas audiovisuales para corroborarlo. La visibilidad es condición de la anhelada transparencia. La difusión de las sesiones cambia la escala del juego parlamentario. No queda lindo valorar esos tránsitos, por eso se enfatizan.
Selva Herbón, sin desearlo y acaso sin notarlo, es una entre muchos emergentes de una sociedad civil activa y demandante. Está conforme, conmovida, pero se acerca a un micrófono y reclama que el Senado trate la ley en sesiones extraordinarias. E interpela a la Presidenta, ella debe hacerlo posible.
La capacidad de demanda de la sociedad civil, la capacidad de ciudadanos de a pie en politizar-se velozmente, adquirir competencias, expresarse en los medios es un caudal envidiable del sis-tema político argentino. El recientemente fallecido Guillermo O’Donnell reparó tempranamente en el potencial de esta sociedad civil. Lo hizo desde que escribió que para la dictadura procesista “la subversión estaba en La Sociedad” (mayúsculas en el original). O cuando, apelando a microescenas de la vida cotidiana o de la cultura política en Brasil y en nuestro país, diferenciaba los afanes igualitaristas y rebeldes extendidos por acá en todas las clases sociales.
Las circunstancias de Silvia son excepcionales y dolorosas. Pero el ejemplo de una ciudadana común transformada en activista encastra en una tendencia. Su aprendizaje forma parte de un proceso muy denso, de protagonistas “de a pie” muy capaces, muy batalladores, muy presentes, con alta capacidad para incidir.
Los 28 años de continuidad son el sustrato de ese fenómeno. En el modesto parecer de este escriba, los largos ocho años de estabilidad institucional y mejora económica del kirchnerismo suman al desempeño colectivo. El clima político y cultural generado aporta dosis notables: normas jamás abordadas o fácilmente archivad