CAPITAL FEDERAL, Noviembre 06.-.(Por Mario Wainfeld) La city, contada como si fuera el centro del mundo. Títulos inexactos y operaciones de todo tipo. Lo que va del 2001 a hoy. La supresión de los subsidios, la lógica y el devenir. La fiebre del dólar, la acentuación de los controles fiscales. Lo que elogian y valoran Obama y Sarkozy. Un vistazo sobre la Vulgata y los años que vienen.
Los arbolitos no dejan ver el bosque. No es novedad en las percepciones sociales y humanas, por eso la versión clásica del proverbio tiene siglos. El fenómeno se acentúa en esta comarca del Sur porque hay jugadores fuertes que hacen todo lo posible para que los arbolitos obturen la visual.
Buscan ventajas, especulativas o políticas, o ambas. Cuentan con dinero y con el aval de medios importantes. El diario La Nación acumula títulos de tapa falsos, que contradicen incluso el texto de las notas que, supuestamente, le dan sustento. Se exagera el alcance de las medidas de control fiscal sobre la compra de dólares, se macanea diciendo que será necesario informar su destino. No se trata de discutir la línea editorial de la tribuna de doctrina, siempre más antagónica a regulaciones económicas que al terrorismo de Estado. Son posturas criticables, más vale, pero son posturas... Se habla de distorsión informativa, a secas.
Una lectura minuciosa de los diarios de esta semana muestra un fenómeno casi asombroso. Los diarios de negocios, sesgados a derecha por definición, son más rigurosos y moderados que los dos dueños de Papel Prensa. Acaso los morigere un mínimo contrato con sus lectores, algo tienen que asesorarlos. Los grandes medios, a su vez, perseveran en su rol de vanguardia de la oposición.
Actores menos visibles, aunque es fácil imaginar quiénes son, llenan la city de rumores. El viernes, al cierre de la operatoria bancaria, las fantasías apocalípticas recorrían las conspicuas “cuarenta manzanas”. El cronista cavila entre reseñar los tópicos de esa “carne podrida” o callarlos para no darles aire. Opta (jamás del todo convencido) por esto último pero dejando constancia: si los grandes diarios ponen en tapa inexactitudes flagrantes qué no dirán, en un pseudoanonimato, sus operadores financieros.
La épica del rumor acompaña el mensaje de los derrotados en las elecciones. El veredicto ciudadano forma parte del bosque, hay que disimularlo entre el follaje de los arbolitos. La presidenta Cristina Fernández de Kirchner tiene por delante cuatro años y un puchito de un mandato relegitimado, dotado de poder político. Es un bien escaso en altos lugares del mundo y por ende valioso. La posición económica es sólida, comparada con precedentes locales y con el contexto internacional. Desde luego, afronta un sinnúmero de dificultades y desafíos. El mandato popular es que los afronte conservando en sustancia sus criterios, su cartilla y su rumbo.
Es lícito que quienes hicieron papelones en las urnas propaguen sus puntos de vista, es justo señalarles cuál es el alcance de su legitimidad en la coyuntura. Y no sólo en ella, si se acude también la lectura retrospectiva.
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Entre el perdón y Jaimito: Hace casi diez años, el presidente Fernando de la Rúa iba camino de la renuncia y la retirada vergonzosa. Horas antes de hacerlo llamó al titular del Fondo Monetario Internacional (FMI), Horst Köhler, para pedirle disculpas. En esos mismos momentos, la policía masacraba argentinos en las inmediaciones de la Plaza de Mayo, no mucho más allá de los confines de la city. Con antelación, el gobierno de la Alianza había reducido inconstitucionalmente las jubilaciones y los sueldos de los empleados públicos. En las horas previas resolvió la confiscación de los ahorros. Preferir disculparse con quien fuera instigador y cómplice de aquellos ataques a los intereses populares era una confesión, un gesto plagado de simbolismo, tanto como el de hacer descolgar el cuadro del represor Videla.
El primer gobierno electo que emergió como réplica a esa crisis profunda eligió otro rumbo, sin duda escaldado por la experiencia sufrida. Entre otras cosas, renegó del recetario de los organismos internacionales de crédito y de la adicción al falso remedio del endeudamiento externo. La negociación de la deuda externa fue uno de los mojones del nuevo camino, se pulseó con firmeza, tomando muchos riesgos. Los pronósticos de los economistas consagrados eran lapidarios. Para empezar, la quita sería rechazada. El pálpito fracasó, no se dieron por notificados y duplicaron la apuesta agorera. Para continuar, la Argentina se caería del mundo que no toleraría tanta heterodoxia. Para entrar en detalles: los embargos caerían sobre patrimonios nativos ubicados fuera de las fronteras –los inmuebles de las embajadas, los aviones, los barcos, acaso las camisetas de la selección de fútbol que jugaría en el Mundial de Alemania–. Esas movidas no eran sólo un espantajo, constituían una táctica que se intentó y, en sustancia, fracasó. El desenlace, se subraya, pudo ser diferente con menos destreza o fuerza o suerte ya que la historia jamás está cerrada de antemano... pero no lo fue.
La oratoria del gobierno nacional y su praxis fueron calificadas con aplazos. Argentina era el Jaimito del mundo, el mal alumno que podía decir disparates provocativos y hasta graciosos, pero que no era ejemplo de nada ni “hacía los deberes”. El ex presidente Néstor Kirchner encarnaba ese rol, aun física y posturalmente. Desgarbado y simplificador, crucificaba al Consenso de Washington, al FMI y sus adláteres. Hasta les espetaba “¡minga!”, un estilo muy diferente al del circunspecto De la Rúa.
La supuesta soledad argentina se desmintió en la Cumbre de Mar del Plata cuando el “No al ALCA” contribuyó a redondear el círculo. Todo se hizo del bracete con Brasil (supuestamente el niño modelo) presidido por Lula Da Silva (presuntamente el ex izquierdista arrepentido y cipayo, el ejemplo para los educandos).
Las presuntas palabrotas de aquel cercano entonces son recobradas hoy en el Primer Mundo. Forman parte de una polémica, no concitan unanimidad pero han ganado terreno. Los “mercados”, las calificadoras de riesgo, los grandes bancos, Wall Street en persona son recusados en las calles de los países centrales por multitudes crecientes. Y, ojo al piojo