Por
Elizabeth Santángelo (*)
Especial
para RamalloCiudad
Tener
salud, bienestar, mantener una buena relación con los demás, un trabajo digno,
un hogar estable, o una carrera u oficio promisorio, son todas alternativas
“normales”, que nos hacen sentir bien a todos.
¿Es
posible lograrlo?
Mediante
el cultivo y desarrollo de la espiritualidad, conocemos nuestro interior para
saber que estamos dando lo mejor de nosotros y que estamos apreciando lo mejor
de cada uno. Esos valores nos dicen claramente quiénes somos y de acuerdo a lo
que aceptemos como real y verdadero en la vida, será el resultado de nuestra
experiencia.
La
espiritualidad nos modela, no solo resolviendo problemas específicos desde el
punto de vista social o físico, sino que al mismo tiempo comprobaremos que
existe un cambio en las actitudes, en el carácter, en una concepción más
espiritual de la vida y la salud.
Existe
una alternativa común a todos, y es descubrir que a través de esta experiencia
individual, nos transformamos en mejores personas (entre padres, hijos,
hermanos, vecinos, a nivel profesional, político y hasta deportivo)
Cada
vez hay más evidencias de que una vida espiritual rica tiene un importante
impacto positivo en la salud, tanto física como psíquica y emocional.
Y
esto se logra mediante la conexión con Dios, mediante nuestra unidad con la
fuente de ideas espirituales que nos colocan en un lugar donde podemos vivir
seguros, libres, individual y colectivamente, sin miedos ni limitaciones de
ningún tipo.
Decir
‘no’ a estas sentencias.
Pensar
que siempre hemos sido pobres, enfermos o fracasados, y que no tenemos
oportunidades en la vida porque tal vez lo heredamos de nuestros antepasados,
es algo que deberíamos dejar de pensar.
Porque
estaríamos aceptando algo que no es normal;
lo normal es estar bien, y tener todas las cosas para disfrutarlas,
incluyendo una buena salud.
Quienes
se encargan de engañarnos son los sentidos físicos, lo que vemos, oímos,
palpamos, gustamos, y es necesario reconocerlos como una creencia impuesta que
pretende atemorizar, frustrar, condenar y limitar la experiencia real de cada
uno.
Al
orar y conectarnos espiritualmente con nuestro origen verdadero, como hijos de
Dios, empezamos a vivir desde una plataforma segura, que nos otorga mayor
dominio sobre esas formas de vida que nadie anhela.
En
una oportunidad vi por televisión la película titulada “Hércules y el reino
perdido”, con Anthony Quinn.
Me
llamó la atención una escena en donde aparecían personajes realmente temibles.
Los
protagonistas luchan contra ellos y al pegarles fuertemente con una piedra en
el rostro, se desvanecían uno a uno, dejando en el piso sólo sus disfraces.
Una
reflexión que acompañaba esa escena decía: “Si los enfrentas, no existen”.
http://www.divxonline.info/pelicula/11778/Hercules-y-el-Reino-Perdido-1994/
Al
igual que las situaciones desalentadoras y precarias, si las enfrentamos como
fantasmas que pretenden arrebatarnos la paz, el bienestar y la salud, no experimentaremos esa “ficción” sino que
haremos visible una realidad amena y palpable.
No
nos conformemos viviendo mal. Tenemos hoy mismo la alternativa de efectuar un
cambio. Depende exclusivamente de nosotros y de un enfoque más espiritual de la
vida.
Me
quedo pensando en esta reflexión de la escritora norteamericana Mary Baker
Eddy: “Los actores del mundo cambian las escenas del mundo; y el telón de la
vida humana debiera levantarse sobre la realidad, sobre aquello que va más allá
del tiempo; sobre el deber cumplido y la vida perfeccionada, donde la alegría
es real e inmarchitable”. (Mensaje para 1902)
(*)
Integrante del Comité de Publicación de la Ciencia Cristiana en Argentina.
argentina@compub.org