Por Graciela Rego (*)
Indudablemente, lo acontecido en la Argentina aquel 17 de octubre de 1945 que hoy conmemoramos, representó un fenómeno bisagra para la vida política, social y económica del país, marcando de manera indeleble el destino de todos los argentinos y argentinas. No sería exagerado afirmar que a partir de dichos acontecimientos nuestro país vio nacer a su Pueblo.
Durante aquella jornada histórica, miles de trabajadores y trabajadoras guiados solamente por su afán de ser partícipes de su propio destino y dejar de ser meros espectadores de la historia, se movilizaron espontáneamente a la emblemática Plaza de Mayo para pedir por la liberación de quien se convertiría en su líder y conductor: el entonces coronel Juan Domingo Perón.
Como fundador y jefe político del Movimiento Justicialista, Perón lideró el movimiento social y político que cambiaría para siempre la matriz económica y cultural de la sociedad argentina de mitad del siglo XX, al otorgarle dignidad, trabajo, educación, cultura, voz y voto a millones que históricamente habían sido "desterrados" de su propia tierra.
La adhesión del movimiento trabajador a la tarea de Perón fue inmediata. Pero tendríamos que recordar que los miles de argentinos y argentinas que se volcaron a las calles, aquella tarde del 17 de octubre, lo hicieron en defensa de los derechos e intereses de los más humildes. El Día de la Lealtad significa, entonces, la lucha de un pueblo por obtener sus derechos legítimos.
Por eso en este momento histórico, todos nosotros tendríamos que rescatar el valor de la lealtad, no como un seguidismo político, sino como un reconocimiento de la defensa irrenunciable e inclaudicable de los intereses populares.
Porque, no deberíamos olvidar que las lealtades son siempre a dos puntas: existe lealtad del pueblo que se reconoce en los dirigentes que los representan, y existe lealtad en los dirigentes, cuando éstos no traicionan el mandato popular y defienden el proyecto que representa sus intereses históricos.
Quizá una de las tantas enseñanzas que nos deja la gesta del 17 de octubre, es que los dirigentes por si solos no pueden cambiar la historia: la historia siempre la cambian los pueblos.
Por ello, a 71 años de uno de los episodios más significativos de la historia argentina, no solo es necesario que rindamos nuestro más sincero y humilde homenaje a todos aquellos hombres y mujeres que con pasión y desinterés comenzaron a construir una historia diferente, sino que también nos permita reflexionar sobre el particular momento actual por el que atraviesa nuestro pueblo, que ve peligrar las innumerables conquistas que habíamos logrado obtener.
En momentos de desasosiego reafirmar la unidad en torno a un valor que unió al Pueblo con su líder y al líder con su Pueblo, se vuelve imperioso para poder volver a forjar un proyecto nacional de refuerzo del poder estatal, integración latinoamericana, respeto por los derechos humanos e inclusión social.
El desafío que se nos presenta en este momento es construir junto a todo el pueblo un proyecto nacional y popular que luche por una patria justa, económicamente libre y políticamente soberana. Tarea que nos exige, más que nunca, tener bien en claro cuáles son los intereses que tenemos que defender y representar.
Resulta imperioso no olvidar la necesidad de que sean las propias organizaciones del campo popular las que se conviertan en partícipes activas de la profundización de las transformaciones alcanzadas durante los últimos 12 años.
(*) diputada provincial, presidenta del bloque FpV-Peronismo para la Victoria.