Por Martín López Lastra
La problemática no es nueva, pero sí los casos que aluden a ella. La inseguridad vuelve a corporizarse en un reclamo popular que nada acepta de estadísticas ni de informes oficiales.
Los casos tiran por la borda tal vez planes y estrategias, y obligan a las autoridades a repensar un cuadro de crisis como válvula de escape debido a la presión que genera un caso fatal que fue tal vez la explosión por una mecha que ya estaba encendida por otros episodios luctuosos no menos preocupantes que el ocurrido a una docente de Wilde.
Pero fue en esa ciudad del partido de Avellaneda donde hizo tope el nivel de tolerancia con el paisaje anormal de la inseguridad. Una manifestación que puso en evidencia la falta de respuestas rápidas cuando en apenas una muestra pequeña del Conurbano nacen las protestas masivas.
El tema de la velocidad de la respuesta no es un dato menor. Pareció tal vez muy poco dejar librado a su suerte a un funcionario policial para amortiguar el rosario de quejas vecinales. Esto ocurrió durante un par de días hasta que las autoridades decidieron o resolvieron acciones. No sin antes dejar al descubierto que las declaraciones del gobernador Daniel Scioli aparecieron como inocuas ante la indignación colectiva.
Para colmo, mereció una reprobación política y de distintos sectores sociales su participación en un acto partidario fuera del territorio bonaerense, en Chubut, junto a Néstor Kirchner. ¿Se quebró una imagen? El mandatario, en campaña y en sus primeros meses de gestión, se jactaba de escuchar a la gente como no lo hacía ningún otro político. Este caso fue una excepción de un contraste bastante duro y ocurrió cuando más se lo necesitaba en gestión, como prioridad frente a cuestiones de agenda partidaria. Evidentemente Scioli optó por estas últimas.
Evidentemente, no muchos están preparados para situaciones de crisis. Pero algunos asoman con algunos reflejos que, hoy por hoy, escasean.
En un contexto en el cual la agenda de gestión es influida por el gran mundo de los medios -que según las últimas teorías, tienen un gran valor legitimante- están faltando aquellas medidas impactantes que amortigüen los efectos de esa agenda y prorroguen, con argumentos válidos, esa presión.
En materia de inseguridad se ensayaron varias medidas de impacto y de necesidad de desarrollo en el tiempo. Se intervino civilmente la policía; se creó el Ministerio de Seguridad; se crearon policías comunales y distritales y se avanzaron con algunas propuestas legislativas de peso.
Todas esas baterías de medidas, correspondientes a distintos mandatos provinciales, ocasionaron fuertes debates, pero siempre con la indubitable marca de origen que era la personalidad del mandatario de turno. Se adoraban o se cuestionaban con dureza las medidas que, no había dudas, tenían un sello personal.
En la actualidad, las medidas impactantes se demoran. Una de las que se acerca a esa categoría puede ser la reinstauración del código de contravenciones. Pero aún así, no es suficiente el sello sino el estilo de acompañamiento.
Por ejemplo, la intervención llevó meses de argumentación y de exposición arriesgada de Eduardo Duhalde; la famosa mano dura de Carlos Ruckauf admitió un solo escudero, él mismo, y con sus ministros como ejecutores; los aciagos días de los reclamos de