El país

Las otras inseguridades

CAPITAL FEDERAL, Agosto 15.-(Por Mario Wainfeld) Los socorristas de Macri, discurso, omisiones, camperas. Los oscuros antecedentes PRO en materia de control. Un funcionario azul y oro. Denuncias desoídas, inspecciones que ya no son. Accidentes de trabajo, la lógica del mercado y la dejadez estatal. Accidentes de tránsito, males banales. Y algo en blanco y negro.

 

Dos clases de socorristas se movilizaron de inmediato tras el derrumbe: los más convencionales y la tropa del jefe de Gobierno para cubrir a Mauricio Macri de los escombros. Marcos Peña disparó su Twitter a menos de dos horas del estrago, trazando las líneas maestras de la estrategia defensiva. El propio Macri, que ejercita el don natural de hablar como Twitter, la ratificaría horas después. El formato fue el favorito, una conferencia de prensa donde una gran mayoría de los periodistas le tira asistencias o pases de gol al entrevistado, dispensándolo del agobio de la repregunta.

 

Una de las consignas básicas era mostrarse activo, cercano al lugar de los hechos. El ministro Guillermo Montenegro entró a la conferencia con una restallante campera de socorrista. Dios es de derecha, habrán pensado sus asesores de imagen: la pilcha es amarilla, la coloración PRO. El afán es tan patente que –sospecha el cronista– cualquiera se da cuenta del simulacro. El escriba, que conoció a Montenegro cuando era juez y hablaba de corrido sobre temas que conocía, se apena algo. Quizá no haga falta hacer el ridículo con tanta bambolla, bastaba con sacarse la campera (supuestamente transpirada o manchada) como hace cualquier ciudadano al adentrarse bajo techo.

 

Los sofismas del macrismo comienzan por negar nexo causal entre hechos cuya conexión suena evidente.

 

Hubo varios derrumbes graves en los últimos meses, les comentan. Aducen que éste fue un caso aparte.

 

La Uocra denunció irregularidades cercanas en la obra de la calle Mendoza 5042. Replican que los inspectores acudieron de inmediato. No encontraron a nadie y se dieron por satisfechos, esa minucia no es juzgada pertinente. El cronista ha trabajado en otros menesteres durante años, lo que lo torna costumbrista y suspicaz. Sabe que un inspector chanta puede conseguir que no haya nadie con una sencilla llamada telefónica. Y –abogado que es– sabe que una inspección frustrada no equivale a una aprobación.

 

Los vecinos del edificio de la calle Mendoza también se habían preocupado, pero la narrativa PRO aísla esas alarmas en un compartimiento estanco. Todo se desencadenó de sopetón, antes se estaba en el mejor de los mundos, juran y perjuran.

 

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Raúl Ríos, jefe de la Oficina gubernamental de control, forma parte de la nueva casta de gerentes, aliviados de la lacra de “haber hecho política”. Mientras todos sus compañeros del gabinete repiten el guión, hablando con contrición de las víctimas como prefacio a cualquier intervención mediática, el hombre se costea a una reunión en la Comisión de fútbol de Boca. Fue de balde, perdió la discusión sobre el contrato con Riquelme y, para colmo, su escala de valores se hizo pública, acelerando su despido. La tarjeta roja fue justa pero deja latentes preguntas e investigaciones. ¿Ríos fue un funcionario ejemplar hasta ese día en que se chispoteó y se volvió frívolo? ¿O es un protagonista sin vocación por lo público, ni formación, ni reflejos adecuados?

 

Se pone en la picota su idoneidad, el macrismo se ampara en que la ley no exige formación especial. Las exigencias de gestión no se constriñen a cumplir los escasos requisitos formales, también es necesario tener funcionarios a la altura. PRO ofreció a la ciudadanía porteña un haz de principiantes, mayormente educados en el colegio Cardenal Newman y en la Universidad Católica. Fueron votados masivamente y están donde los puso “la gente” que siempre debió presumir de que la educación paga (y cara) dista de ser garantía de excelencia. Las universidades públicas (todo lo público) siempre están en la picota mediática, a diferencia de la privada, entre otros motivos porque muchos grandes medios tienen vasos comunicantes muy estrechos con ésta. El cronista, desafiando a un sentido común nada inocente, sigue creyendo que el Cardenal Newman y la UCA no socializan políticos populares de primera categoría. Es un punto de vista opinable, más vale. Seguramente debe haber más coincidencia para valorar que la comisión directiva de Boca no forma cuadros públicos de excelencia.

 

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