CAPITAL FEDERAL, Diciembre 12.-(Por Mario Wainfeld) Crónica de un día memorable. Las juras, antes y ahora. El discurso en el Congreso. Señales a las corporaciones, definiciones y balances. Escupir para arriba, un aviso que debió ser traducido. El balance de la Presidenta, sus elogios, agradecimientos y reproches. La educación, una mirada para subrayar.
Cuatro años atrás Cristina Fernández de Kirchner entró al Congreso radiante, vestida de blanco. Hizo gala de su experiencia parlamentaria, pronunció de memoria el juramento como Presidenta. Ayer ingresó visiblemente conmovida, llevando el luto. Eligió leer la fórmula constitucional que bien conoce (tal vez para controlar la emoción). Juró por Dios, por la patria y por “El”.
“El”, el ex presidente Néstor Kirchner, sorprendió en mayo de 2003 con un discurso diferente, pletórico de voluntad y convicciones, con una propuesta que parecía archivada para siempre. Un planteo bien distinto al de presidentes anteriores. En 2007, Ella, la primera mujer presidenta votada por el pueblo, sorprendió por su capacidad oratoria, por su afán de inscribir en un “relato” la acción de un gobierno que cambió la historia. También (aunque pocos lo rememoren) por numerosas menciones críticas a los medios dominantes.
Como todos los presidentes “del palo” que conviven en América del Sur, Cristina Kirchner es una caminadora impenitente del territorio nacional, devota de transmitir su mensaje en actos diarios, o a veces más que diarios. Ella no podía, estrictamente, sorprender ayer. No lo hizo, pero su mensaje (como es regla) distó de ser protocolar o vacío. Expresó sus emociones y sus pasiones, “marcó la cancha” a distintos interlocutores o antagonistas. Desgranó el inventario de las realizaciones de la única fuerza política que consiguió tres mandatos consecutivos desde 1928. Hazaña de continuidad democrática construida en buena lid, en elecciones inobjetables y remontando traspiés en el Agora, en las rutas y en las urnas.
“Ella” reiteró que “no se la cree” y llegó a enunciar algo remarcable: “Yo no soy yo”, sino la integrante de un proyecto colectivo. Las alusiones a los argentinos de a pie fueron recurrentes. Hasta cuando evocó que el secretario de la Presidencia, Oscar Parrilli, fue quien la acompañó en la puesta en escena de los actos del Bicentenario, añadió “lo hicimos junto al pueblo”.
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Señales: “No soy la Presidenta de las corporaciones”, proclamó y les facilitó un título a los diarios que lee con minucia, en lo que definió como un ejercicio militante. Fue una señal para los sectores empresarios que fantasean con un volantazo a derecha, a los especuladores, a los devaluadores, a quienes fustigó con todas las letras y cifras en la mano. También reivindicó la existencia de más de ocho años con convenciones colectivas de trabajo. Paritarias con mejoras, añadió, en una secuencia temporal sin antecedentes en la Argentina y sin comparación posible en la región.
La crítica también llegó a un tópico que obsesiona al Gobierno, las huelgas abusivas en el Estado o en sectores estratégicos de la economía. Enalteció el derecho de huelga tanto como cuestionó esos excesos, habló de “extorsión y chantaje”. Son expresiones duras que muchos le endosarán a Hugo Moyano. Es una asociación excesivamente lineal, porque la Presidenta mencionó con pelos y señales a los gremios docentes y petroleros de Santa Cruz. Pero sin duda, hubo una ausencia de menciones explícitas al aporte (no ya del secretario general de la CGT individualmente) del movimiento obrero a los logros de los gobiernos kirchneristas. Tal vez fue una elipsis excesiva, muy tributaria de conflictos coyunturales.
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Escupir al cielo: La Presidenta Cristina se explayó mucho más respecto de los empresarios, a quienes no les pidió que fueran “patrióticos” sino, tan luego, “sensatos”. Los instó a “no escupir al cielo”, subrayando que esta época ha sido para ellos de pingües ganancias. La presidenta brasileña Dilma Rousseff consultó veloz a sus colegas boliviano y paraguayo, Evo Morales y Fernando Lugo, sobre el sentido de esa expresión idiomática. Ambos se lo explicaron, acompañándose con gestos. Lugo y Evo, líderes de dos países que antaño se masacraron en una guerra cruel, estaban sentados codo con codo.
Los presidentes del Sur se han habituado a convivir y dialogar con llaneza, tanto como a tomar decisiones sustanciales en cumbres que, hoy por hoy, son mucho más estimulantes que las que se suceden en Europa. Un lugar común VIP asegura que en estos años la Argentina se aisló del mundo. La efectividad y recurrencia de la “diplomacia presidencial”, los avances de la Unasur, la sincronización estratégica con el Brasil desmienten ese mito urbano.
Los ex presidentes Lula da Silva y Néstor Kirchner, tras medio round de desconfianzas, amojonaron ese camino. Dos mujeres los suceden. Cristina agasajó a su par mentando una foto reciente en la que se ve a Rousseff joven, cuando era presa política. Engarzó el recuerdo con el de una de-saparecida argentina, Ana Teresa Diego, estudiante de astronomía ella. Un asteroide fue bautizado con el nombre de esa militante popular, un modo novedoso de apuntalar la memoria.
Los derechos humanos recorrieron el discurso ante la Asamblea Legislativa. Cristina reconoció el aporte de los tres poderes del Estado para poner fin a las leyes de la impunidad. Y encareció al Poder Judicial el avance de los juicios contra los represores para que en 2015, cuando llegue el próximo presidente, esa página de la historia haya sido completada.
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