El jueves 15, los vecinos de la Unidad Penal 3 de San Nicolás, se vieron sorprendidos por el arribo de patrulleros de la Policía Bonaerense rodeando el perímetro.
Se barajaban distintas hipótesis del porqué de los móviles en el lugar, ¿motín? ¿Peleas entre reclusos? ¿Fuga de detenidos? Lo cierto es que las autoridades carcelarias, trataron por todos los medios de encubrir la situación al grito de "acá no pasó nada", algo que no se condecía con la cantidad de efectivos apostados en las inmediaciones.
No menos cierto es que las autoridades pidieron al personal de menor jerarquía que se abstuviera de realizar declaraciones de cualquier índole. Pero es bien sabido que cuantas más personas saben un secreto, más fácil es que el mismo deje de serlo.
Desde hace un tiempo a la fecha la U3 es tierra de nadie, sumado a los tradicionales actos de corrupción que día a día se ven en el Servicio Penitenciario Bonaerense, también se pueden ver situaciones que exceden todo limite.
La unidad esta manejada, por los "hermanos Beiro", que, amén de encargarse de hacer cumplir todos los códigos tumberos, se dedican a la comercialización de estupefacientes dentro y hacia fuera del penal.
Cuentan con el apoyo evidente del personal del SPB, el suboficial José Rossel, es el encargado de ingresar la droga para que “los Beiro" la distribuyan a través de la veintena de soldados que tienen en los pabellones.
Al mismo Rossel se lo suele ver dos veces por semana por la casa de la madre de los hermanos Beiro, yendo a buscar las ganancias de las ventas, para luego volver a iniciar el ciclo de comercialización en la vecina ciudad de Villa Constitución, de la provincia Santa Fe.
También a Rossel se lo ha escuchado decir que contaba con el apoyo de los hermanos Ferreyra de esa localidad, lo que no resultaría ser descabellado, siendo que uno de esos hermanos es policía en el distrito y todos ellos resultaban ser vecinos del pueblo Rojo.
Los propios compañeros de Rossel pusieron su mirada sobre él y en varias oportunidades hasta lo denunciaron con sus superiores, pero fue protegido por el jefe Alexis Sione, hasta que la situación se volvió insostenible y tuvo que ser trasladado a otra unidad.
Cuando las primeras grescas estallaron el jueves en el pabellón 4, el personal sabía bien a qué se enfrentaba, no solo a la cantidad de "facas" y presos desorbitados, sino a la corrupción que reina en el penal, que permite que se ingrese una pistola calibre 40 como la hallada en el sector talleres, o que se venda droga sin discreción para llenar los bolsillos de los jefes.