El país

Aunque no parezca

CAPITAL FEDERAL, Octubre 02.-( Por Mario Wainfeld) Faltan tres semanas, el contexto es inusual. Las disputas opositoras, reproches. Ambiciones recortadas, a la medida de las primarias. Qué esperan Binner, Duhalde y Alfonsín. Mitos que caen: cooperativa de fiscales, el road show de Macri. Una pelirroja en el conurbano. El Gobierno, sin hacer olas. El 2012 será otro, pero todavía falta.

 

Faltan tres semanas para las elecciones y no se nota. Se prolonga el efecto de las primarias: los principales competidores y la ciudadanía dan por hecho que no habrá fluctuaciones grandes respecto de agosto. La mayor parte de los referentes opositores se entretiene en un internismo que no convoca, ni conmueve. Se reprochan infidelidades, urden operaciones para sacar ventaja aún sobre sus aliados.

 

Cunden las acusaciones cruzadas de ser oficialista o de estar por cruzar el Jordán rumbo a la orilla kirchnerista o de ser funcional al oficialismo. En lo último, lo justo es justo, casi todos tienen razón. La mayoría de los antagonistas de la presidenta Cristina Fernández de Kirchner son funcionales a su reelección. Habría que añadir una acotación relevante: su desdichada cooperación no comenzó en los recientes dos meses (muy difíciles, francamente, por la cuesta que debían remontar). Viene de atrás, de los años más felices del Grupo A.

 

El ruralista Alfredo De Angeli (un prócer de la civilidad y un constructor de rating tres años ha) se resigna a ser vicepresidente de la Federación Agraria. Puesto menor para su antigua talla... no lo consigue. Los dirigentes políticos favoritos de los programas de la televisión por cable mendigan un puñado de votos o se retiran de la lid.

 

Achicada, en lontananza, quedó la etapa de la exaltación republicana, aquella en que tantos prometían una era de concordia y promisión. Las invocaciones al diálogo y los consensos eran su lengua común, el esperanto anti-K. El horizonte anunciado adolecía de una pequeña falla: ese diálogo, la construcción de una agenda entre común y unánime excluía a la primera minoría, el Frente para la Victoria (FpV), que a la sazón fungía de partido de gobierno. Una reparación futura (inminente) suturaría esa brecha entre el discurso y las conductas: el FpV se encaminaba (“todos” lo profetizaban) hacia la derrota, cuando no a la disgregación. El peronismo “olía sangre”, se solazaban gorilas confesos, autodefinidos como pacifistas. Sus dentelladas harían trizas la piel del kirchnerismo. “La gente” les daba la espalda, para siempre. Había datos, tendencias, ese imaginario era factible. Se lo tradujo como inexorable. Fue un craso error.

 

La convivencia opositora entró de prepo al Congreso nacional, saqueó las comisiones, lo que fue celebrado como la toma de la Bastilla. Repartirse un botín superior al ganado es una tarea cuestionable pero, si uno depone escrúpulos, grata. Tener un funcionamiento armonioso en las cámaras ya es otro precio. Máxime porque, como se descontaba la debacle kirchnerista, todos querían ser su principal challenger, condición que llevaba como por tubo a la Casa Rosada.

 

No hubo políticas de Estado. Apenas un puñadito de propuestas sugestivas para la sociedad. Las elecciones acentuaron las divisiones, subrayaron la carencia de liderazgos.

 

En el casi imposible tramo final de la campaña estallan tantas contradicciones, se pagan las deudas acumuladas.

 

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Nunca fuimos compañeros: En esta semana se derrumbó un mito urbano, de esos que calientan la cabeza de formadores de opinión distraídos o aviesos o poco conocedores. “La oposición” no fiscalizará en conjunto el escrutinio. Nula sorpresa para quien lee la realidad sin anteojeras, ya que otra conducta hubiera sido un despropósito. Quienes compiten por un mismo target no pueden (si no son giles o suicidas) confiar su suerte a los fiscales del adversario del clásico de barrio. Ese es el verdadero partido.

 

Si el ex presidente Eduardo Duhalde y el gobernador Rodríguez Saá confrontan y, para colmo, se detestan ¿qué no pasaría “por abajo” entre sus huestes, peleando votos en “el territorio”? Más aún, el diputado Ricardo Alfonsín deberá precaverse de no dejar su suerte en manos de fiscales de su aliado Francisco de Narváez, aunque “confíe en vos”. Y viceversa. Confiar es una cosa, comer vidrio, muy otra.

 

La promesa edificante de cooperativizar los fiscales, fundada en la fantasía ya desvirtuada de una sola contradicción (contra el oficialismo), se diluyó. Era un desenlace evidente, como tanto augurio de convivencia, t

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