El país

Hay vida en la región

CAPITAL FEDERAL, Octubre 03.- (Por Mario Wainfeld) Golpes y reacciones, lo que va del ayer a hoy. Unasur, breve historia con muchas presencias. Los presidentes, a coro. Ecuador, tan distinto y con tantas semejanzas. La información en debate, apuntes sobre Telesur, la SIP, el Twitter. Los grandes medios, su coherencia regional. Y algo más.

 

Hace pocos años, cuando triunfaba un golpe de Estado contra un mandatario surgido de las urnas en este Sur los demás gobiernos, con algún amago o variante, dejaban pasar un tiempo prudencial. Sopesaban la viabilidad de los usurpadores y, en tal caso, los reconocían. En general, los Estados Unidos reconocían primero, a menudo eran mentores o socios mayoritarios de los golpistas. En el siglo XXI, los reflejos y las conductas son otros.

 

Los presidentes reaccionan con presteza y nitidez, condenando de volea la ruptura del orden constitucional. Se convocan y se reúnen a velocidad asombrosa, que comprueba la importancia que asigna su agenda a la paz y la estabilidad institucional. Ocurrió en esta semana: todos volaron hacia Buenos Aires salvo Lula da Silva (por las inminentes elecciones) y el paraguayo Fernando Lugo (enfermo) para probar su solidaridad activa con la democracia ecuatoriana.

 

Aterrizaron ya de noche, todos se pararon frente al micrófono en el Aeroparque. Más allá del color local, el discurso fue unívoco, contundente, como lo serían el pronunciamiento conocido de madrugada y el traslado de los cancilleres a Quito. No hubo fisuras derivadas de diferencias ideológicas: Colombia, Chile y Perú afinaron con el resto. El presidente Alan García sorprendió al cronista apostrofando (como lo haría también, más previsiblemente, el bolivariano Hugo Chávez) a los “gorilas” sediciosos.

 

Mucho queda por construir en la institucionalidad regional, incluida la propia Unasur. Pero el activismo presidencial, expresado con el propio cuerpo en reuniones cara a cara, hace lo suyo.

 

A veces es central para suturar situaciones difíciles. Los buenos oficios de Brasil y Argentina, bajo los mandatos de Lula y Néstor Kirchner, primaron para llegar a las elecciones que llevaron a Evo Morales a la presidencia de Bolivia. Kirchner y Lula convencieron al presidente Chávez para que se expusiera al referéndum revocatorio que ganó, distendiendo una crisis que parecía escalar sin límite. El ataque armado de Colombia a Ecuador y el golpe de la “rosca” oligárquica contra Evo habilitaron otras acciones fructíferas y sistémicas.

 

En Honduras no bastó la respuesta conjunta, en la que Lula se jugó a fondo asilando al presidente Manuel Zelaya en la embajada de su país en Managua. En Ecuador, el cónclave de Unasur fue simultáneo a la liberación y reasunción plena del presidente Rafael Correa. Los repudios se habían difundido no bien se conoció el levantamiento.

 

El vecindario es vigil y presente, un actor protagónico. Los últimos dos ejemplos (uno aciago, otro saludable) comprueban que la refrescante novedad tiene su gravitación pero también reconoce límites, fronteras que siguen existiendo. “Es ostensible la primacía de lo nacional”, explica bien Carlos “Chacho” Alvarez en un artículo reciente, publicado en la revista-libro Desafíos.

 

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Límites: La Patria grande, la Nación sudamericana fueron anhelo de próceres, bandera de movimientos, propuesta de estadistas o militantes. La división política, en muchos casos inducida por grupos dominantes locales o por el imperialismo foráneo, cimenta.

 

Las fronteras son, en principio, artificiales, el discurrir histórico constituye identidades. El mapa federal argentino es un ejemplo sencillo, hay muchísimas provincias demarcadas parcialmente por líneas rectas: Chubut, La Pampa, Buenos Aires, Santa Fe, Córdoba entre tantas. Las trazas son artificios humanos, no demarcan separaciones geográficas. La continuidad constituye las tradiciones locales, su diferente devenir. Algo similar pasa en el terreno internacional. La narrativa emancipatoria fulmina la fundación de Panamá como un artilugio de los yanquis o al Uruguay como un estado tapón entre los grandes vecinos, “un algodón entre dos cristales”. Uruguay y Panamá son tan estado nación como cualquier otro, a esta altura, desde hace mucho.

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