CAPITAL FEDERAL, Febrero 27.-(Por Mario Wainfeld) La espera de Pedraza y su tránsito hasta la detención. Una biografía plena de simbolismo. Su fallido 17 de Octubre. La jueza López, aciertos bajo presión. El procesamiento que, seguramente, vendrá. Oyarbide gana tiempo, Venegas suma apoyos. Bisordi, otro rostro del Poder Judicial. Y varias cuestiones más.
José Pedraza sabía (no podía no saber) que sería requerido para prestar indagatoria. El procedimiento sumarial, serio y escalonado, debía llegar a él. Esperó la citación en un (su) departamento insultante, una suerte de confesión inmobiliaria acerca de su trayectoria.
La biografía, aún inconclusa, del dirigente ferroviario resume en su cuerpo buena parte de lo mejor y de lo peor del movimiento obrero peronista.
La figura de Pedraza acicatea la discusión sobre el sindicalismo, que él encarna en todas sus facetas. Habrá quien diga que el joven militante del pasado, cuya mirada y cuyo discurso contagiaban, era el huevo de la serpiente de hoy, con ojos acuosos e inexpresivos. El cronista entiende que no es así, que siempre hay opciones y que sobran ejemplos en el gremialismo de quien eligió otro norte.
La historia de Pedraza es novelesca, con ribetes de fábula. Es el luchador que claudica, cambia de bando, toma el peor rostro de sus adversarios de antaño. Dista mucho de ser un fenómeno exótico o doméstico. Una añeja novela de Carlos Fuentes, La muerte de Artemio Cruz, tiene como protagonista a un viejo militante de la revolución mexicana que deviene un alto dirigente corrupto, tras una larga recorrida.
Ese final es una opción, asumida. Una escena de la clásica película de Elia Kazan Viva Zapata cifra ese trance de elección. Emiliano Zapata, siendo un campesino insurrecto, llega a entrevistarse con el presidente Francisco Madero. Le discute, lo desafía, Madero le pregunta su nombre y lo hace anotar en una lista. Como producto de su lucha, Zapata llega al gobierno, aunque entregando parte de sus convicciones. Un día, tras haber cambiado mucho, recibe a una delegación de campesinos. Uno de ellos le formula reproches, le discute. Zapata le pregunta su nombre, va a anotarlo porque en el camino aprendió a leer y escribir. Se percata de que no sólo está en el lugar del otro sino de que es el otro, vuelve a la lucha.
La imagen es formidable, se complejiza porque Kazan filmó esa edificante parábola y fue buchón del macartismo.
La historia es enmarañada, quiere decir el cronista, pero los protagonistas siempre eligen. Pedraza (haya dado o no la orden) quiso ser el responsable político del asesinato del joven militante popular Mariano Ferreyra. El creó el contexto y eligió a la cadena de subordinados que produjeron el homicidio. Queda por dilucidarse su responsabilidad penal, más estricta y supeditada a la producción de prueba que supere la presunción de inocencia. Es forzoso investigar si condujo, desde el vamos, un plan criminal. O si, ajeno a la urdimbre previa del crimen, obró para encubrirlo.
De eso se está ocupando, con infrecuente calidad, la jueza Wilma López.
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En proceso: El asesinato de Ferreyra trae a la mente otros asesinatos relativamente cercanos, de enorme impacto político. Los de Maximiliano Kosteki y Darío Santillán, sin duda. También el de José Luis Cabezas. Como en éste, la instrucción de un hecho histórico envuelto en la trama de un expediente recayó en un juzgado común. El juez José Luis Macchi, de Dolores, jamás estuvo a la altura del desafío, de la causa más relevante de su carrera. El expediente desvarió. Si fue, parcialmente, encarrilado fue por el contexto de movilización social, gremial, política y por el peso de su repercusión mediática.